No hay duda, no podemos subsistir sin los bancos. Los banqueros lo saben muy bien y se aprovechan de eso.
Se preguntarán el porqué de esta afirmación contundente.
Pues, es fácil. Sólo hay que ilustrar con ejemplos las humillaciones a las que someten a sus clientes, grandes y chiquitos.
Comienzo: Si usted o yo deseamos saber cuándo nos actualizarán el plástico de la tarjeta de crédito, tenemos que llamar a un número, que resulta ser un call center. Allí contesta un extranjero que, además, no es muy amable, mas bien demuestra su fastidio si le preguntamos algo que él no puede o no quiere contestar.
Ahora bien, es una suerte conseguir a alguien que conteste. Normalmente, usted o yo perdemos 10 minutos en lograr comunicación con un ser humano, pues las grabadoras parecen haber sustituido a cientos de colaboradores de los bancos.
Peor aun: si usted llama desde una central telefónica desde la que no puede acceder después del consabido "marque uno para ser atendido en español y dos para ser atendido en inglés", simplemente cuelgue, porque nadie se dignará en atenderle.
Me parece que ésta es una falta de respeto de marca mayor para con los clientes. En una era tecnológica, donde no tenemos que movernos de la oficina o de la casa para pagar una cuenta, no es posible que no podamos obtener de un banco una respuesta sencilla a una pregunta sencilla.
Y vamos más allá. Si usted o yo visitamos una sucursal de esas que tienen unas puertas "inteligentes", que no dejan pasar si tenemos la mala suerte de calzar unos zapatos con hebillas, perdemos otros 10 minutos de nuestro tiempo para que el agente de seguridad nos autorice a entrar de otra manera. ¡Y ni se le ocurra usar el celular en algunos de los bancos, porque se lleva una buena repelada!
Ojalá que los banqueros vuelvan a humanizar estos servicios,
de lo contrario, hay que encomendarse a Dios para que usted o yo seamos bien atendidos.