Me decía una señora del interior que cuando ella viene a la capital le da hasta miedo hablarle a la gente.
"Allá nadie se habla ni se ayuda, ¡jo... ni se ven!", argumentaba. Tenía razón.
La vida de nuestras ciudades interioranas, aun siendo urbanas, es muy distinta a la de la capital. Allá es un "pecado" pasar delante de alguien sin decir buenos días o buenas tardes. Si algún vecino está enfermo, es de rigor visitarlo, y si necesita una sopita, sobran los platos que le van llegando al enfermo.
El día de año nuevo sentí nostalgia por aquella niñez y adolescencia vivida en el interior con gente sencilla y amorosa.
Resulta que en la barriada IVU de Penonomé, donde me crié, mis hermanas y unas vecinas decidieron confeccionar un mural con distintas fotos de toda esa generación de niños y niñas que llegó a residir allí hace 45 años.
Ése mural fue como un imán para todos esos profesionales de hoy, padres, madres y hasta abuelos y abuelas, que miraban extasiados aquellos años de su mocedad plasmados en las fotos. Las risas no faltaron. Al fin y al cabo ya todos tenemos edad suficiente como para disfrutar al reírnos de nosotros mismos.
Un pantalón "palazo", tan floreado que mi hermano decía que no habría tinta suficiente para imprimirlo a color, fue la sensación del mural. ¡No voy a decir quién era la modelo!
Fue un año nuevo distinto. El pasado se conjugó con el presente para recordarme que soy millonaria en amor, en amigos y en vivencias. ¿Qué más puedo pedir?