Cierta vez un rey pensó que en su vida había visto todo lo que deseaba, solamente le faltaba ver a Dios. Llamó a sus consejeros y les ordenó que le hicieran ver a Dios. Ellos le dijeron que era imposible. El rey amenazó con castigarlos.
En el campo, un pastor de ovejas se enteró del deseo del rey. Llegó hasta el palacio y le dijo al rey que él haría posible que viera a Dios, pero que tenía que salir al patio, con él, al mediodía. Así lo hicieron. El pastor le indicó entonces que durante un minuto mirara fijamente el sol. El rey trató de mirarlo, pero no pudo, y protestó creyendo que el propósito del pastor era que quedara ciego. Entonces el pastor replicó: -Señor, el sol es una de las obras de Dios, y no de las más grandes. Si usted no puede mirar directamente una de las obras de Dios, ¿cómo pretende ver al Creador del sol?
El rey reconoció que tenía razón y desistió de su propósito. -Sin embargo, -afirmó- tengo una pregunta que formularte. ¿Qué había antes de Dios?
-Para saber la respuesta -dijo- debe contar en forma regresiva a partir del número 10.
El rey contó hasta llegar a uno.
El pastor pidió que siguiera contando. El rey, fastidiado, dijo: -¡No hay más números!
El pastor dijo: -Tiene razón. De la misma manera, el uno es Dios. Con él comienza todo, antes de él no hubo nada.
El rey le preguntó entonces: -¿En qué se ocupa Dios? El pastor le contestó: -Para saber eso, su majestad debe quitarse sus ropas reales y dármelas. El rey entregó sus ropas al pastor, quien se vistió con ellas y pasó sus ropas pastoriles al rey, pidiéndole que se vistiera con ellas y se sentara en el piso. Entonces el pastor se sentó en el trono y declaró: -La ocupación de Dios consiste en ensalzar a los humildes y humillar a los soberbios.