Un día, un grupo de jóvenes amigos decidieron ir a buscar entre las montañas la famosa fuente de la felicidad.
La leyenda decía que el que bebía de ella se sentía plenamente feliz.
El grupo de amigos sabía que la fuente estaba lejos, aunque no se imaginaban cuánto esfuerzo costaría llegar a ella.
Emprendieron el camino. Era cierto. Estaba lejos y el camino era difícil y muy empinado.
Uno a otro se decían entusiasmados, que ellos eran valientes y aventureros, al mejor estilo de los Boy Scouts.
Andaban, descansaban y pasaban las noches en tiendas de campaña. Cada día estaban más cansados; el camino transcurría entre zarzas, se caían y se hacían rasguños, pero seguían adelante.
El deseo de comer una buena comida hecha en casa, calientita y rodeados de su familia en el comedor, se iba apoderando de ellos, conforme pasaba el tiempo.
Era tanto el esfuerzo, que algunos no quisieron seguir y quedaron a medio camino. Pero los más fuertes habían decidido encontrar la fuente.
De pronto, una mañana llegaron a un camino sin huellas, casi nadie había pasado por allí. Aunque dudando y perdiéndose, seguían empeñados en su meta. Por fin... ¡la fuente! El agua era fresca, pero era agua como cualquier otra; fresca, sí, pero agua al fin. Sin embargo, se sentían felices porque habían llegado.
De repente, se miraron y algo pasó. ¡Comprendieron que lo que nos da felicidad es el esfuerzo!
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