El papa Benedicto XVI hizo hoy un nuevo llamamiento a la unidad de los cristianos, exhortó a los fieles a rezar "con insistencia" para que llegue ese día y abogó para que la fuerza "inagotable" del Espíritu Santo "nos estimule a un compromiso sincero de búsqueda de la unidad".
Ante varios miles de fieles que asistieron en el Aula Pablo VI del Vaticano a la audiencia pública de los miércoles, el Pontífice recordó que el próximo viernes, día 18, comienza la tradicional Semana de Rezos por la Unidad de los Cristianos e hizo el enésimo llamamiento en aras de la unidad de los discípulos de Cristo.
"Invito a todos a rezar, pidiendo con insistencia a Dios el gran dono de la unidad entre todos los discípulos del Señor. Que la fuerza inagotable del Espíritu Santo nos estimule para un compromiso sincero de búsqueda de la unidad para que podamos decir todos juntos que Jesús es el Salvador del mundo", afirmó.
La Semana de Rezos por la Unidad de los Cristianos la clausura el 25 de enero el propio Benedicto XVI con una ceremonia en la basílica de San Pablo Extramuros de Roma con la presencia, como es habitual, de líderes religiosos de las otras iglesias cristianas.
La unidad de los cristianos se rompió por vez primera tras el concilio de Efeso, en el año 431, cuando se separó la Iglesia asiria, o persa.
Tras el concilio de Calcedonia, en el año 451, se separaron las iglesias copta, siria, etíope y armenia, que habían abrazado la tesis del monofisismo, según la cual Cristo sólo tenía una naturaleza, la divina, y era hombre sólo en apariencia.
El Concilio de Calcedonia condenó el monofisismo y definió la doble naturaleza de Cristo, humana y divina, unidas sustancialmente en una sola persona divina.
En el siglo XI, en 1054, se produjo el gran cisma, cuando se separaron las iglesias de Oriente y Occidente, tras las excomuniones del papa León IX y del patriarca Miguel Celurario.
A las dos grandes iglesias les separan razones teológicas, como el rechazo de los ortodoxos al primado de Roma y la negativa de la infalibilidad del papa.
Los ortodoxos no reconocen la validez de los sacramentos católicos, al contrario que la iglesia católica que sí admite, desde el Vaticano II, los de la iglesia ortodoxa.
Además, los ortodoxos culpan a Roma de proselitismo y de intentar expandirse en territorios hasta ahora bajo su control.
La última gran separación se produjo en el siglo XVI (1517) con la reforma protestante de Lutero.
Visto que el primado de Pedro es uno de los escollos para la unidad, Benedicto XVI expresó a la iglesia ortodoxa su deseo de que se estudien las formas para que su ministerio como obispo de Roma pueda realizar un servicio reconocido por todos.
En noviembre de 2007 las iglesias ortodoxas reconocieron al obispo de Roma como "primer patriarca", aunque siguen discrepando con los católicos sobre la interpretación de sus prerrogativas, según un documento conjunto aprobado por la Comisión Mixta para el Diálogo Teológico entre Católicos y Ortodoxos.