Los jóvenes que son parte de las pandillas están entre 9 y 28 años. Algunos admiten que lo hacen por necesidad, otros por ganarse un nombre. (Foto: AGUSTÍN HERRERA. /EPASA)
Carolina Sánchez P.
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La vida de los niños y adolescentes de los barrios de San Miguelito está marcada por problemas como la desintegración familiar y la presión de grupo, lo que ha llevado a muchos a unirse a pandillas que los involucra en actos delictivos.
José Antonio es un joven trigueño, de ojos vivaces, que al ver a los periodistas sintió un poco de recelo de contar sus andanzas, pero luego de unos minutos decidió hablar de cómo se inició en el mundo de las pandillas.
"Desde que comencé a caminar veía cómo era la gente en Don Bosco, en Sector 2 de Samaria, y cuál era el movimiento para salir adelante. Veía que al delinquir se conseguía dinero fácil y también quería ser parte de ese mundo", dijo José Antonio.
A raíz de que en su casa no había dinero para comer, se inclinó por robarle collares a las personas, pero la necesidad de dinero era más y se arriesgó a asaltar a los vendedores de carros de reparto. Recordó que una vez hizo un robo de B5.000 que repartió entre otros tres compinches. "La plata robada se va rápido. Esa vez le di dinero a mi abuela y hermanos. Nunca me preguntaron de dónde sacaba el dinero, porque saben que era para sobrevivir", aseguró.
Este joven estaba hace días junto a ocho muchachos más, comentando en una vereda que para ellos que no estudiaron y que no son de dinero se les hace difícil conseguir empleo y que eso es lo que más desean para no seguir en el mundo de la delincuencia.
Y es que, testimonios como el de José Antonio se escuchan en los distintos sectores de San Miguelito, en donde claramente las estadísticas de homicidio revelan que el crimen no paga.
BUSCO DE DIOS
Ya han pasado varios años desde que Pablo Chaverra salió del mundo de las pandillas, pues pensaba que tenía que hacerse un nombre a base de malos actos. Ahora es seguidor de Dios y trabaja con los pandilleros en Veranillo, para que entiendan que esa vida no sirve de nada.
Durante su adolescencia, fue miembro de la pandilla Tres Puntos que operaba en Samaria. Admitió que a los 14 años era muy influenciado por la presión de grupo, quería ganar dinero y la manera más fácil era robando y vendiendo droga.
Al principio sintió temor y con el tiempo se volvió un experto en el mundo de la "tracalería". Para ganarse su fama en el barrio, empezó a robar, vender droga y disparar contra miembros de otras pandillas, siendo esto un arma de doble filo, pues también se hacía nuevos enemigos.
A los 16 años fue herido de bala en una pierna y estuvo grave en el hospital, lo que lo hizo recapacitar sobre su vida y entregarse a Dios. "Fue en el Hospital Santo Tomás donde Dios me habló y al ver mis enemigos que cambié, ahora no se meten conmigo".
Actualmente, Pablo se dedica a rescatar a los jóvenes de las manos de Satanás y aconsejarles que lo mejor para salir de este mundo es aferrarse a Dios, pues de lo contrario lo que les espera es la muerte, perder un familiar o quedar lisiados de un balazo.