Cumbia, lágrimas y baile
Miles de chorreranos se dieron cita en el Muquita Sánchez, para darle el último adiós al gran Ñato, Chía y el conjunto. (Foto: Jesús Simmons / EPASA)

Denise Lara | DIAaDIA

Su pueblo le cantó. Entre cafés, caras serias, camisas blancas y sombreros pinta`os, el pueblo chorrerano fue desde temprano a ver por última vez a quien realmente hizo popular la Cumbia Chorrerana, Ñato Califa, quien murió trágicamente en un accidente ocurrido la noche del viernes 13.

A eso de las nueve de la mañana, justo antes de que el Ñato fuera llevado al estadio, todavía seguía la gente llegando. Niños elegantemente ataviados, lindas pequeñas empolleradas y jóvenes con acordeones al hombro, estaban decididos a dar de esta forma el último adiós al querido músico, de quien quizá conocían poco, pero que sin duda marcará sus vidas, y quién sabe si esos sean los futuros intérpretes de su famosa cumbia.

Finalmente, llegó el carro fúnebre. Se hizo el silencio. Suavemente sacaban el ataúd con el cuerpo de Ñato, amenizado primero con silencio y luego por aplausos, y tal como se esperaba, no se permitió que el cuerpo de Ñato fuera llevado en un carro sin mayor gloria que la que él merecía; por lo que ataúd al hombro, amigos, familiares y seguidores cargaron su cuerpo hasta el Estadio Muquita Sánchez de La Chorrera.

DESCOMUNAL

El sol era inclemente, pero el verdadero calor se sentía al entrar al estadio, donde cientos de personas esperaban, impacientes, la llegada de Ñato Califa, Chía Ureña, Luis Badillo, Mauricio Lasso, Ramón Sánchez, Carlos Isaac Tejada. Igualmente, amigos y familiares de Miguel Ángel Aguirre, Edgar Cajar, Oscar Herrera y Xenia de Sosa se hicieron presentes, para honrar a los demás difuntos y, de paso, recordar en el magno evento a los suyos.

Allí, conjuntos típicos tocaron cumbia a sus fallecidos músicos. También hubo una interpretación de "Décima a la Cumbia Chorrerana", de Zoila Torres.

Con la letra de esta canción, los ánimos se calmaron y la gente cesó su llanto por un momento para escuchar el tema. Los "parrampanes" y los "diablitos" bailaban entre la gente, llamando la atención con sus coloridos vestidos. Seguido, vino la homilía, dirigida por Monseñor José Dimas Cedeño, quien aprovechó la ocasión para destacar la carrera desinteresada que llevó Ñato, quien siempre cantó de corazón.

Según palabras de Dimas Cedeño, "los artistas tienen su propio lugar para la creación de obras bellas". De igual forma, criticó a aquellos artistas que "buscan la gloria banal", a través del lucro.

Luego del protocolo, se inició la procesión del pueblo con los cuerpos hacia los respectivos cementerios. Chía y Ñato fueron paseados en carros bomba por todo el pueblo.

Chía fue llevada a la Iglesia San Francisco de La Chorrera, donde quería ir, según una petición hecha en vida, para una misa especial en su nombre. La acompañó, el cuerpo de Ramón Sánchez.

Camino a los cementerios donde fueron enterradas las once víctimas, los chorreranos esperaban en las calles, paradas y puentes elevados, el paso de sus apreciados seres. Adultos y niños tiraban flores en las avenidas, y aplaudían y lloraban al paso de los autos.

El día 17 de enero permanecerá en la mente y corazones del pueblo panameño.

Chía: Amor y sacrificio por la música

En casa de la familia Ureña, no faltaban las lágrimas y sinceros sollozos de las personas que conocieron a la alegre Chía. Su bondad será recordada con tanta añoranza, como el sabor de sus comidas típicas.

Esa "piel canela" chorrerana, a quien su voz la hizo destacarse por encima de todo, fue merecidamente venerada hasta el final.

Pero, tristemente, el día de su muerte, Chía había dejado en su casa 25 libras de maíz que estaban esperándola, para hacer 100 tamales y bollos preña’os que le habían pedido.

Su hija, Itzel "Chelita" Hernández Ureña, contó que nunca se le dio el valor que tenía. Estaba perdiendo la vista y, para no quedar ciega, tuvo que hacer una cumbia en el Parque Libertador, para hospitalizarse un día después.

A su salida del hospital, su tercer hijo, "Osito", como cariñosamente le llamaba, falleció luego de una larga enfermedad y quedó debiendo plata por los gastos del sepelio. "Ella quería pagarle a las personas que le habían prestado la plata; por eso se vio en la necesidad de tener que hacer bollos", afirmó su hija.

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