Una vez más, la joven maestra leyó la nota adjunta a la hermosa planta de hiedra. "Gracias a las semillas que usted plantó, algún día seremos como esta hermosa planta. Le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotras. Gracias por invertir tiempo en nuestras vidas."
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de la maestra mientras por sus mejillas corrían lágrimas de agradecimiento. Las chicas a quienes les había dado clase en la escuela dominical, se acordaban de agradecer a su maestra por sus enseñanzas. La planta de hiedra representaba un regalo de amor.
Durante meses la maestra regó fielmente la planta en crecimiento. Cada vez que la miraba, recordaba a esas jóvenes especiales y eso la animaba a seguir enseñando.
Pero al cabo de un año, algo sucedió. Las hojas comenzaron a ponerse amarillas y a caerse; todas, menos una. Pensó en deshacerse de la hiedra, pero decidió seguir regándola y fertilizándola. Un día, al pasar por la cocina, la maestra vio que la planta tenía un brote nuevo. Unos días después, apareció otra hoja, y luego otra más. En pocos meses, la hiedra estaba otra vez convirtiéndose en una hermosa planta.
Alguien dijo una vez: "No pienses que no pasa nada, simplemente porque no ves el crecimiento, o no escuchas el zumbido de los motores. Las grandes cosas crecen silenciosamente".
Así como las plantas necesitan mudar sus hojas calladamente para volver a crecer, las personas también necesitan madurar, y en el proceso, van dejando atrás lo que se los impide de manera callada, y a veces, sin darse cuenta. Sólo hay que tener paciencia.