Hace un tiempo conocí un ángel. Estaba enfermo, pero su sonrisa y sus ojos expresivos e inocentes tenían la cualidad de transmitir amor por la vida, por el prójimo, por la naturaleza y por uno mismo.
Esta semana se fue al cielo. Los colaboradores de Epasa lo habíamos apadrinado en el 2009 cuando cooperamos con la actividad "Relevo por la vida", que organiza la Fundación Amigos de Niños con Leucemia y Cáncer (FANLYC). Incluso, algunos fueron a su casa, allá en La Palma de Veraguas a visitarla.
Era muy pobre, no tenía siquiera una vivienda digna, pero no se quejaba. Antes bien, infundía confianza y esperanza.
Se llamaba Aracelis y solo vivió entre nosotros nueve años.
El día en que su abuela llevaba su cuerpecito para ser enterrado en La Palma, fui a la sede de FANLYC donde Araceli había pasado sus últimos días. La solidaridad de quienes allí laboran como voluntarios se huele, se siente, se palpa, se respira.
Pero más allá de eso, sentí que había llegado al cielo. Una doctora llegó a abrazar a la abuela de aquel angelito, a darle ánimo y consuelo. Al mismo tiempo, Leslie Ducruet, su directora, la orientaba sobre lo que tenía que hacer.
La escena pudiese parecer normal en casos como este, pero no lo era.
En aquella salita de FANLYC pude palpar amor sin condiciones, solidaridad a toda prueba, dignidad en medio del dolor, sinceridad en las palabras y grandeza en las obras.
Lejos de salir de allí triste, me fui motivada, orgullosa por haber palpado lo más hermoso y real de seres humanos que parecían irreales.
En medio del dolor, hay ángeles que se van al cielo, pero también los hay en la Tierra para alivianar la pesada carga de la tristeza y el vacío del alma. ¿Una muestra palpable? Los ángeles de FANLYC.