Cuando la persona pierde la conciencia del pecado, niega la muerte como juicio para su vida. (Foto: Cortesia)
Sergio Cotta
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La cultura moderna, en sus aspectos más visibles y ostentosos, denuncia una voluntad decidida de anular el sentido del pecado.
La civilización dominante ha intentado negar el pecado en todas sus dimensiones y suprimir el sentido de la muerte. Sin embargo, no ha conseguido evitar la angustia del hombre que se advierte limitado y no encuentra en la sociedad los medios suficientes para salir de esta situación
La total falta de responsabilidad del individuo que ha perdido el sentido de la muerte provoca, por tanto, una absolutización de los instintos naturales. Perdida la conciencia del pecado, el individuo llega a la negación de la muerte como criterio de juicio para su propia vida, y por eso se entrega a los impulsos vitales que le urgen desde dentro y se traducen en una voluntad de poder y de dominio.
Es casi inútil decir que de este modo se pierde cualquier sentido cristiano de la vida y de la muerte, es decir, de la muerte como tránsito y como hecho redentor para si y para los demás, que debe afrontarse con Cristo a la luz de Su muerte.
La civilización hoy dominante se ha construido y se explica precisamente con la negación del pecado en todas sus dimensiones personales y sociales y con la supresión del sentido de la muerte. Y, sin embargo, esta civilización no ha suprimido la angustia que el hombre experimenta cuando advierte que es limitado, necesitado de una ayuda que nunca encuentra de modo suficiente en la sociedad.
Nuestra civilización se ve obligada a poner el fin de esa angustia en un futuro terreno, si, pero indefinido y mítico. Muchas son las voces que indican cuál es la lección que hemos de sacar de todo esto. Por tanto, no son sólo los cristianos quienes advierten lo ilusorio y lo peligroso del vértigo de poder, individual o social, en el que el hombre contemporáneo está metido al perder el sentido de la muerte y del pecado. El final de esa vorágine, como hemos visto, no es la liberación, sino la servidumbre. La esperanza en un bienestar mundano sustitutivo de la salvación se revela como mistificador y despersonalizado, mientras que el estimulo de la conciencia del pecado lleva al individuo a hacerse cargo de su propio destino y del de sus hermanos en un consciente y responsable uso de la libertad.