Una joven discutía acaloradamente con su padre y defendía su derecho de asistir a una fiesta popular, en un lugar donde se reunían personas de no muy buena reputación.
El padre le daba razones contundentes por las que no debía asistir, pero la joven se resistía a aceptarlas.
Discutieron por mucho rato, pero la muchacha, terca, no entendía por qué su papá le prohibía ir a ese sitio.
Ya la joven se había vestido con un impecable y lindo traje blanco.
De repente, al padre se le ocurrió una idea y la discusión cambió de giro.
El papá, aparentemente sereno, invitó a su hija a bajar juntos al sótano, donde había mucho polvo y se guardaba carbón.
La joven le dijo que si bajaba, debía quitarse el vestido, pero el padre le insistió en que bajara con su vestido blanco. La joven replicó que sí podía bajar, pero no con el traje blanco, porque de seguro se le iba a ensuciar.
Justo en ese momento, el papá aprovechó para darle una gran lección de vida:
"¿Ves hija mía?", le dijo con voz amorosa, "nada te impide que puedas bajar al sótano con un traje blanco, pero sí hay mucho que impida que puedas subir con el mismo color, limpio y sin manchas".
"De la misma manera, nada impide que asistas a ese sitio que deseas ir, pero ten por seguro que no regresarás siendo la misma, algo de lo que es tuyo se perderá allí para siempre".
La joven comprendió el mensaje: Su reputación quedaría manchada, igual que lo hubiera quedado su vestido blanco.
