La oscuridad y sus dos perros, "Tigre y Tigra", son sus inseparables compañeros, pero al menos, como asegura, "Dios nunca le ha fallado".
Internado en un cerro en la comunidad de Veracruz, vive como un ermitaño Bernardo González, alejado del mundo que pareciera se hubiera olvidado por completo de él.
Descalzo, delgado y sucio, pero siempre sonriente, así lo encontramos en lo que puede describirse como un horno, pues unas hojas de zinc que se calientan con el incandescente sol del verano, son el único cobijo que posee, además de una estufita que le regalaron, su cama y un viejo radio que ya no tiene baterías.
Con el pasar de los años, fue perdiendo la visión, lo que lo ha hecho más admirable aún, pues al "tacto" ha aprendido a hacerse todo, incluso, caminar en el polvoriento piso de tierra, el cual asegura que muchas veces lo esperaba para "besarlo". Sabía que debía hacerlo, pues nadie estaba para recogerlo y tenía que seguir adelante, pero guarda la esperanza de que una operación pueda devolverle la vista para seguir con su diaria faena al lado de sus perros. No tiene uno de sus ojos, y en el otro tiene catarata, que él piensa que puede ser operada. Pide ayuda, porque tiene la esperanza de que una operación le haga el milagro de ver.
La siembra de yuca, guandú, frijoles y demás no le hacen pasar hambre, ya que siempre ha tenido su huertito, que aunque a veces asegura que le roban, al menos da las gracias, porque siempre le dejan algo para llevarse a la boca.
LO APRECIAN
Afortunadamente, sus vecinos y otras amistades le llevan comida y procuran que no le falte lo esencial.
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