Creo que una forma fácil de auto hipotecarme la vida, es confundir la adquisición de lujos con la satisfacción de necesidades.
¿Será que las necesidades son obligatorias y los lujos no? ¿Será que dicha confusión me cubre las espaldas por si acaso mi suntuosa compra no impresiona a nadie?
Una grave confusión que, de repente, puede llegar hasta la complicación de invertirle el orden a mis prioridades. ¿Comer tres veces al día u obtener unas zapatillas de marca? ¿Cambiar la cubierta del celular o comprar un libro de texto escolar?
Una grave ingenuidad que, de repente, puede llegar hasta suponer que deseos y hechos son sinónimos.
Como mis deseos son los de mi televisor y es tan fácil comprar, parece sencillo extender a otros ámbitos del diario vivir las facilidades de los centros comerciales, y también parece muy cómodo convertir un supuesto en suceso.
Si mal no recuerdo, esa es la raíz de los prejuicios. ¿Qué proyecto puede alcanzarse si se parte de un equívoco? ¿Qué amistad crece a punta de etiquetar al prójimo?
Hoy en día, la palabra hipoteca difícilmente la escuchamos fuera del ámbito financiero. El capital fiduciario ha reemplazado al capital espiritual. Aparentemente, las compras y no los ideales rigen nuestras relaciones.
Tantas y tan tentadoras ofertas hacen excesivamente viable la confusión del individuo y facilitan el auto hipotecarse. Pero, ¿seguro que es así? Tal vez estemos engañándonos.
Quizás no todo se reduzca a endeudarse, comprar y refinanciar la deuda. ¿Habrá otras razones para hipotecarnos? ¿Cuáles serán?
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