"No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice", respondió un humilde agricultor de apellido Fleming a un noble inglés, que le hacía un ofrecimiento porque su hijo había ayudado a salvar al hijo del inglés, cuya vida corría peligro.
En ese momento el propio hijo del agricultor salió a la puerta de la casa de la familia. "¿Es ese su hijo?", preguntó el noble inglés. "Sí, " respondió el agricultor lleno de orgullo.
"Le voy a proponer un trato. Déjeme llevarme a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso". El agricultor aceptó.
Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming, el agricultor, se graduó de la Escuela de Medicina de St. Mary`s Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje conocido a través del mundo, el famoso Sir Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.
Algunos años después, el hijo del noble inglés al que Fleming (hijo) había salvado la vida, cayó enfermo de pulmonía.
¿Qué le salvó? La penicilina. ¿El nombre del noble inglés? Randolph Churchill.
¿Será una mera casualidad que el nombre aquel noble inglés fuera Sir Winston Churchill?.
Aquí se aplica aquella máxima lanzada por alguien una vez: Siempre recibimos a cambio lo mismo que ofrecemos.
Es por eso que la vida nos llama a trabajar como si no necesitáramos el dinero, a amar como si nunca nos hubieran herido y a bailar como si nadie nos estuviera mirando. En pocas palabras: "Haz bien y no mires a quién".
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