Se supone que los diablos rojos, los buses urbanos de la Ciudad de Panamá, son especies en vías de extinción, igualitos que las ranas doradas del valle de Antón. Una fuerte inversión del Gobierno en nuevas unidades y todos los dolores de cabeza de los usuarios van a desaparecer. Eso sería así, si el problema fuesen las unidades que sirven de transporte. El problema no está en el hierro, está en las personas que están a cargo del transporte. Tienen una cultura propia que el Gobierno insiste en ignorar. ¿Será que son de la misma especie?
Los diablos rojos son una cultura que tiene mecanismos que le garantizan reproducirse. Tiene una especie de escuela. En ella se matriculan jóvenes de escasos recursos que de otra forma, sólo serían ocupantes de los asientos que brindan las esquinas de los barrios populares. Esos estudiantes reciben el nombre de pavos y pasan el día dando vueltas en un ómnibus con las siguientes funciones: conversar con el chofer, hacer uno que otro mandado y la principal, anunciar a gritos la ruta del bus, que por cierto ya está anotada en el frente del mismo.
El éxito de esa escuela se debe a que da prestigio a sus educandos; ir colgado del retrovisor de una mole de metal provoca un vertiginoso aumento de popularidad entre las chiquillas. Además, siempre hay una platita, que por poca que sea, siempre resuelve algo. Esa escuela les resuelve a sus alumnos el problema de tener una lastimada autoestima.
Los pavos son pocos productivos y aún así, viven con la sensación de ser útiles. ¿Quién los puede acusar de vagancia si llegan agotados a sus hogares después de tanto pavear? El sueño de todo pavo es convertirse en chofer de bus y por eso me gustaría ver cómo el Gobierno va a hacer para satisfacer a los usuarios y subir la calidad del servicio, y transformar esa cultura de los diablos rojos y sus respectivos pavos. Tengo la impresión de que es la misma del juega vivo, ¿la misma de los políticos?