HOJA SUELTA
Janet

Eduardo Soto | DIAaDIA

Con todas las apuestas en contra, esta niña salió adelante. Nació en un hogar disfuncional (esto significa que sus padres adolescentes remaban cada uno por su lado, hasta que chocaron de frente contra su propia rabia y la nave de la vida se les partió en miles de astillas irrecuperables), y debió ser criada por su abuelita en uno de los destartalados caserones de San Felipe.

Era fácil vaticinar que sería un caso perdido, como otros tantos en esos recovecos oscuros del barrio, donde la droga o el sexo rentado, o la pereza de vivir, truncan los caminos.

Sobrevivió a los peores tiempos. Forma parte de ese grupo de jóvenes sin brújula que nació a mediados de los años setenta, cuando en el país perdimos las credenciales y dejamos morir nuestros combos nacionales, ya no importó más la enseña tricolor y se masificó la incultura, lo chabacano y el consumo de cocaína. Durante sus primeros quince años, Janet vio cómo la población se multiplicó por dos, el sistema educativo se descalabró para no levantarse más y el país conoció lo que era el miedo al vecino, porque se creía que era del tenebroso G-2. Casualmente, esta niña no pudo celebrar como se debía sus quince, porque estaba abierta y sangrando la herida de la invasión.

Pues, a pesar de todo, aunque creció prácticamente sola, sin una familia de cuerpo entero, en momentos de crisis, sin el apoyo de papá ni de mamá, Janet cruzó el pantano sin mancharse con sus aguas sucias.

Hace poco cumplió treinta. Tiene un hogar hecho y derecho, con Julio, un tipazo serio y enamorado. Puede encender una fiesta ella sola, sin tomarse ni un trago, con su alegría a borbotones que contagia hasta el más aburrido parroquiano. Es una muchacha trabajadora y buena, sin amarguras ni vicios. Es una muestra de que quien quiere, puede. Janet, la loca de la casa, mi amor. Te quiere tu tío.

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