¿Saben? La familia no se elige, Dios nos la regala. Por eso, es fácil amarla, perdonarla, excusarla, defenderla y convivir con ella.
Algo muy distinto sucede con los vecinos. A ellos nos los eligen las promotoras de vivienda, o aquel que nos venda un terreno para construir una casa.
Lo maravilloso de esto, es que con esta elección que alguien hace por nosotros, tenemos la oportunidad de crear afectos, de conocer gente que, con el tiempo, queda convertida en aquella familia que defenderemos, amaremos, excusaremos y perdonaremos.
Traigo esto a colación, porque hace 45 años, llegué a Penonomé para vivir en la barriada IVU (el viejo, como se le conoce ahora). Y desde el día uno, aquel enero de 1967, comencé a hacer amigos que, con el tiempo, se convirtieron en mi familia.
Yo los elegí y ellos me eligieron a mí.
Desde entonces, hemos crecido como hermanos, aun cuando casi todos nos fuimos a estudiar a la capital o al extranjero. No obstante, la amistad se había escrito con tinta indeleble en nuestros corazones.
Hoy, hago un algo para recordar a uno de esos amigos que hice desde 1967. Él, Juan Carlos Tejeira, ya no está con nosotros; el viernes se lo llevó Dios y mañana lo despediremos nosotros en la iglesia de Penonomé.
Toda esa chiquillada de aquellos años era pobre _ en dinero solamente_ porque en amistad, juegos, solidaridad y compañerismo éramos y seguimos siendo millonarios. Juan Carlos, a punta de esfuerzo, llegó a ser ingeniero naval, pero yo lo sigo viendo como aquel muchacho fortachón, que un día se tiró al río y una paipa le hizo una herida de más de 30 puntos en la pierna, y él, como si nada. En su cama de hospital se reía del incidente mientras todo el IVU estaba con él, como cuando jugábamos la lleva o la lata. Así lo recordaré y estoy segura, lo recordaremos toda esa camada de chiquillos de corazón, porque de edad, ya todos rozamos o pasamos los cincuenta. Hasta luego, Juan Carlos.