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En realidad, es cada vez más frecuente ver a un niño o niña gritar o enojarse hasta que los demás hagan lo que él o ella quiere.
Cada día se multiplican los casos de niños en teoría, indomables, que imponen su voluntad al resto del grupo familiar, agreden a sus maestros o a otros mayores, no acatan normas y hasta parecen tomar decisiones por los adultos.
Sin duda que es un tema al que se le debe prestar mucha atención, pues estos menores imponen su voluntad, mientras los padres extremadamente permisivos y ausentes de sus funciones, sienten miedo y a la hora de poner límites lo hacen de forma subjetiva, fortaleciendo esa conducta agresiva o tirana.
La educación de los hijos requiere de una gran inversión de tiempo y dedicación. Cuando en un hogar no hay límites, la palabra de los padres pierde valor. Si desde la cuna se ha claudicado continuamente ante las demandas infantiles, consintiendo todo lo que el niño pide, no aceptará que sus progenitores lo contraríen a medida que vaya creciendo.
Cuando los niños crecen con límites sanos se sienten protegidos, porque las reglas perdurables conforman una estructura sólida sobre la cual sostenerse. Lamentablemente, muchos padres creen que sus hijos serán más felices si les conceden todo lo que piden, piensan que no deben traumarlos y no se dan cuenta de que con esta conducta tan permisiva están alimentando un estado de ansiedad que no tendrá fin, ya que continuamente desearán más y más.
Con el tiempo, estos pequeños pueden convertirse en seres autoritarios que tendrán problemas para relacionarse con otras personas, porque es difícil que otros toleren las impertinencias y faltas de respeto que soportan ciertos padres.
Consejos
Establecer límites claros y precisos.
No permitir que la democratización se convierta en una vía para que puedan ejercer cierta autoridad.
Dedicarles más tiempo para que puedan desarrollarse emocional y moralmente.
Hablar mucho con ellos sobre las consecuencias de determinadas acciones o intentar fomentar la empatía entre otras actuaciones.
Castíguelos
Cuando los hijos cometen una transgresión no hay que recurrir al escarmiento físico, pero sí a un castigo que puede consistir en quitarles algo que les guste hacer por un periodo señalado.
Para muchas familias del siglo XXI, el término “castigo” es una mala palabra, una instancia inaceptable y hasta consideran que es una práctica pasada de moda. Sin embargo, así como es importante establecer reglas y límites, también lo es dejar en claro la consecuencia que traerá el incumplimiento de la misma.
Los niños no deben discutir cada decisión que toman los padres como si fueran adultos que tienen igual grado de autoridad. Pero, ante la insistencia, los gritos o el llanto, hay adultos que terminan cediendo a sus demandas. Entonces, los pequeños se acostumbran a creer que siempre tienen razón y que, invariablemente, pueden salirse con la suya.