En una clase que doy a personas adultas, recientemente hice lo "imperdonable". ¡Dejé tarea a los alumnos! La tarea era acercarse durante la siguiente semana a alguien a quien amaran y decirle que lo amaban. Tenía que ser alguien a quien nunca le hubieran dicho esas palabras.

No parecía una tarea muy difícil.

Al principio de nuestra siguiente clase, pregunté si alguien deseaba compartir lo sucedido cuando confesaron a alguna persona que la amaban. Uno de los hombres levantó la mano.

Cuando se puso de pie empezó a decir: "Hace cinco años, mi padre y yo tuvimos un altercado y nunca lo solucionamos. Evitamos vernos. Por lo tanto, el martes pasado, cuando llegué a casa, me había convencido a mí mismo de que le diría a mi padre que lo amaba. Es extraño, pero el solo hecho de tomar esa decisión pareció quitarme un peso de encima.

Cuando llegué a casa, le dije a mi esposa lo que iba a hacer. Ella me abrazó y, por primera vez, me vio llorar.

Al día siguiente, a las 5:30, estaba en la casa de mis padres, y cuando papá abrió la puerta, no perdí tiempo. Di un paso y dije: "Papá, sólo vine a decirte que te amo". Fue como si mi papá se transformara. Ante mis ojos, su rostro se suavizó, las arrugas parecieron desaparecer y empezó a llorar. Extendió los brazos, me abrazó y dijo: "También te amo, hijo, pero nunca he podido decírtelo". Dos días después mi padre tuvo un ataque y quedó inconsciente. Por eso, quiero decirles que no esperen para hacer las cosas que saben necesitan hacer. ¡Háganlo ahora!"