Dr. Denis Cardoze
| Psiquiatra de niños y adolescentes
El desconocimiento de las capacidades de los niños según el momento de su desarrollo conduce a errores por parte de quienes los educan.
Lo que se puede exigir a un niño está condicionado por su edad y sus posibilidades. A nadie se le ocurriría pedir a un niño de ocho años que dé una lección sobre filosofía, a menos que sea un genio; o a uno de seis que prefiera estudiar a jugar.
Es igual de común que los padres sometan a sus hijos a situaciones de conflicto cuando les demandan una serie de deberes a horas en las que ellos tienen algo interesante que ver en la televisión, o la visita de un amigo con el que desean compartir un tiempo de juego. En otros casos se espera de jóvenes en edad púber que se sitúen en el plano visual de una persona madura, que sigan los consejos al pie de la letra, que comprendan a cabalidad el por que de muchas exigencias de los adultos, y si no lo hacen, entonces son calificados de rebeldes u oposicionistas.
El tratar a los menores como si fuesen ya adultos es causa de muchos problemas en la educación, y suele ser lo que origina las fricciones generacionales, así como las maneras peyorativas con las que los mayores hablan de la juventud.
Es tan absurdo pedir a un niño de seis, siete u ocho años que sea capaz de mantener silencio y buena postura durante cinco horas de clase, sin ninguna diferencia con lo que se espera de estudiantes de últimos años de secundaria o de universidad, como querer que resuelvan problemas de álgebra.
Y es también ilógico ordenar a otro de nueve años, que se pasa solo en su casa hasta que llegan los padres al final de la tarde, que no encienda la televisión o la computadora y se ponga a hacer sus deberes escolares como todo un hombrecito serio y responsable. Sin duda habrá algunos muy maduros que así lo hagan, pero no es lo común a esas edades.
Muchos padres obligan a sus hijos constantemente, y en forma caprichosa, a una serie de mandados que deben cumplir inmediatamente so pena de un castigo. Si alguna vez uno de los niños se opone a ir, lo toman como una gran afrenta, sin tomar en consideración en esos momentos la edad ni las ocupaciones del menor, el cual es concebido como una persona que debe estar en todo momento al servicio del adulto.
Las actividades sociales, el juego, la televisión, la computadora, el cine, los deportes, etc., tienen también importancia en la vida de los niños y adolescentes y no son, si se hacen en el tiempo adecuado, factores de fracaso escolar o interferentes con la buena educación.
Se debe tener un concepto de la autoridad mas ecuánime y basado en la concepción del niño como un ser que no es propiedad de quienes lo han traído al mundo o lo educan.