Incertidumbre. El piso de madera cruje al compás del zumbido de un viejo abanico que sofoca el calor, mientras Faustina Ábrego le da a cucharadas la crema a su hijo Tadeo, quien tiene parálisis cerebral de nacimiento.
Aunque muestra lo contrario, la preocupación embarga su mente, sabe que tiene que salir del pequeño cuarto donde vive sola con su vástago, porque se trata del caserón 7-15, ubicado en el Casco Antiguo.
No hay comodidades, dos camas, un sillón, un pequeño televisor y una estufa, componen el mobiliario de esta "casa", que debe ser cómoda para un discapacitado.
"No es difícil tener un hijo enfermo, porque hay que hacerle todo", más cuando viven en un segundo piso y se le dificulta bajar sola a Tadeo, de 20 años.
Además, los baños son comunales, se ve obligada a bañarlo en un platón encima de la cama. Pero con eso a lidiado por años, ahora le preocupa que el año pasado le avisaron que tiene que salir del lugar, y ella no tiene para dónde irse.
El papá de Tadeo le da 5 dólares diarios, suma que no alcanza, ya que los pañales desechables son muy caros, que los suma a lo que saca cuidando algunos vecinos.
"Quisiera un apartamento o casa en planta baja y cerca de los centros médicos, porque no tengo cómo transportarlo", dijo.
ENCERRADOS
Estamos presos, Tadeo está muy pesado y no lo puedo bajar. La silla de ruedas pesa más que él.
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