La vida, en todas sus facetas, parece haber sido hecha al revés. Pero si Dios lo quiso así, nadie como Él para saber por qué.
Cuando somos jóvenes, la sabiduría brilla por su ausencia. Cuando somos ya mayorcitos, cargados de conocimientos, el cuerpo ya no aguanta ni para sostenerlos.
Bueno, no nos queda más que tratar de ayudarnos unos a otros, transmitiéndonos nuestras experiencias por si acaso sirvan a otros. Eso es lo que haré hoy.
Una y otra vez observo a mis hijos adolescentes. Lo mismo hice con el que ya es adulto. Siempre he querido adentrarme en los pensamientos de sus locas cabecitas. Se creen que lo saben todo, pero son tan niños aún. ¡Qué confusión viven!
Y, ¿saben qué? Nosotros no los comprendemos, porque muchas veces queremos tratarlos como adultos, pero siempre sintiéndolos como niños que nos pertenecen porque los parimos. Estamos equivocados, al menos eso creo yo.
Si a nuestras hijas quinceañeras les gusta un muchacho, queremos coartarles, de tajo, su libertad de sentir amor. Sabemos muy bien que lo que ellas consideran amor, es en realidad el primer encuentro con la mujercita que ya comienza a tomar forma dentro de ellas. Pero lejos de explicárselo y conversarlo, lo que hacemos es castigarlas, encerrarlas y, a veces, hasta insultarlas.
¿Nos gustó a nosotras que nuestros padres nos hicieran eso? ¡No!
Eso sí, no podemos permitirles un libertinaje ni tampoco soltarles las riendas muy temprano. Pero sí podemos, como padres, hacernos amigos de sus amigos; conversar con ellos, conocerlos y tenderles la mano. De esa forma, siempre sabremos con quién andan nuestros hijos, qué hacen, a quiénes aprecian, incluso, a quiénes "aman" nuestras quinceañeras. Nuestros adolescentes no son apéndices nuestros, son individuos con intereses propios que, bien supervisados y comprendidos, podrán desarrollarse como mujeres y hombres de bien, con criterio bien formado y con seguridad en sí mismos. ¡Y todo eso, de la mano con el apoyo y el amor nuestro! Tratemos de hacerlo, a ver qué tal nos va.
|