A medio camino entre la niña y la mujer, la adolescente anhela la independencia y al mismo tiempo se siente desesperadamente insegura a la hora de administrarla. Oscila en un vaivén constante, entre la infancia y la madurez. Su termómetro emocional sube y baja alocadamente de la exaltación a la desesperación, y lo que necesitan es atención por parte de sus padres.

Sus cambios bioquímicos, las presiones de orden psicológico y social, levantan verdaderas tempestades en sus emociones.

Los padres prudentes animan a sus hijas adolescentes a traer a casa a los amigos y amigas, y en cambio se mantienen firmes sobre las horas de llegar a casa, insisten en saber siempre dónde están y dónde encontrarlas en caso de urgencia y en que los llamen si piensan demorarse para evitarles preocupaciones innecesarias.