Presos en la pobreza. Tablas pintadas de verde y naranja, unidas en un cuadrado, forman la vivienda de la familia Caísamo, donde en su interior no existen las camas ni dónde sentarse.
Pero eso no es lo más importante, sino la hambruna que pasan a diario Edilberto, de 8 años; Heidi, de 2 meses, y Víctor, de 2 años. Este último tiene hidrocefalia, al igual que sus 9 primos, quienes viven con ellos.
Benicia Caísamo, de 24 años, es madre de estos tres angelitos, que muchas veces se quedan sin comer y su curso a la escuela el próximo año peligra, porque ella no trabaja y vive de la buena fe de su padre y su cuñado.
"La mayoría de las veces, no tengo plata para darle leche a Heidi y Víctor, que son los más pequeños. Cuando se puede, toman crema", dijo.
Esta mujer salió de Darién hacia la comunidad Emberá Purú, en San Miguelito, buscando una mejor forma de vida que hasta ahora no ha encontrado, sólo necesidades y privaciones.
La estrecha casa la comparten unos 6 adultos y los 12 niños, dejando en evidencia el hacinamiento en que viven. Tres cartones en el piso de tierra son sus camas, una estufa apoderada del óxido, una banqueta y una improvisada hamaca son parte del mobiliario.
A Benicia la invade la preocupación, porque Víctor debe tener cuidados especiales y no goza de ellos. A veces, no lo puede llevar a las citas médicas en el Hospital Santo Tomás. Por falta de dinero, ha perdido las últimas dos citas.
Benicia lava donde una vecina lejana, porque la falta de agua potable es un problema endémico de la comunidad, y entre los sobrinos cuidan a sus hijos. Aunque hacen una comida para todos, ayer no sabían qué comerían.
CUANDO HAY
Hasta los niños desayunaron pan y café, aunque poco nutritivo, era lo único que podían compartir todos.
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