Hay momentos en que el dolor se mezcla con la rabia por la impotencia, por lo paradójico de las situaciones, por la inercia de las autoridades, por el interés desvergonzado de los especialistas, por el poco me importa, por las malas decisiones, por... todo.
Hace unos días, falleció en Aguadulce una dama muy querida por mí. Ana Brunilda, se llamaba. Y Ana Brunilda no tenía que morir así.
Ella se alegró muchísimo cuando supo que el Hospital Regional Rafael Estévez le quedaría justo enfrente de su casa. Sólo tenía que cruzar la calle y ella estaría a salvo ante cualquier emergencia médica. Se equivocó.
En menos de 24 horas de iniciado su mal, murió.
Bruni se sintió mal el viernes en la tarde. Inmediatamente, sus hijas cruzaron la calle y fue llevada al médico. Se le descubrió una úlcera en el estómago y botaba sangre. Quizás pudo salvar su vida, pero pasó lo impensable: el flamante hospital regional no tenía un gastroenterólogo. Así, no más. En consecuencia, no la podían operar allí.
Fue trasladada en la noche hacia Panamá, pero a la altura de Antón decidieron regresar porque su presión bajó. Fue estabilizada y, al día siguiente, la ambulancia volvió a emprender el viaje... hasta Santa Clara. Regresaron a Aguadulce porque su presión volvió a bajar, y con ella, su vida se escapó.
Su familia da gracias a Dios por la madre, la abuela, la hermana, la tía que le regaló. Pero, a la vez, su partida dejó un sabor amargo y más preguntas que respuestas. ¿Cómo es posible que miles de panameños pagan sus cuotas a la Caja de Seguro Social y en un hospital regional no haya un gastroenterólogo? ¿Cómo se explica que los dirigentes médicos no hagan protestas por esto? ¿Por qué, si tanta alharaca han formado por otros motivos, permiten estas situaciones en un hospital urbano? ¿A quién le importa la vida y salud de los asegurados? ¿Cuántos especialistas más faltan en el Rafael Estévez? ¿Cuántas personas tienen que morir para corregir esta situación?
Ojalá alguien tenga la respuesta, si no, que Dios nos coja confesados.