HISTORIAS
Ceguera

Redacción | DIAaDIA

Un hombre tenía un hijo. Por determinados motivos se vio obligado a viajar y tuvo que dejar a su hijo en casa.

Unos bandoleros aprovecharon la ausencia del padre para entrar en la casa, robar, destrozarlo todo y llevarse al joven con ellos. Después incendiaron la vivienda.

Al tiempo volvió el padre y se encontró la casa quemada. Buscó entre los restos y encontró unos huesos, que creyó que eran los de su hijo quemado.

Introdujo los huesos en un saquito que ató a su cuello. Llevaba el saco de huesos junto a su pecho. Jamás se separaba del saquito, al que abrazaba con entrañable afecto, convencido de que aquéllos eran los restos del muchacho.

Pero el hijo consiguió huir de los bandoleros y llegó hasta la puerta de la casa en la que viviera ahora su padre. Llamó a la puerta.

El padre, abrazado a su saquito de huesos, preguntó:

¿Quién es?

Soy tu hijo -repuso el muchacho.

No, no puedes ser mi hijo. Vete. Mi hijo ha muerto.

No, padre, soy tu hijo. Conseguí escapar de los bandoleros.

El padre aprisionó aún más el saquito de huesos contra sí.

He dicho que te vayas, ¿me oyes? Mi hijo está conmigo.

Padre, escúchame: soy yo.

Pero el hombre seguía replicando:

¡Vete, vete! Mi hijo murió y está conmigo. Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos. En su apego por lo irreal e ilusorio, el ser humano procede como ese padre, y se niega a ver la Realidad y la Sabiduría.

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