ENTRE NOS
De igual a igual

Elizabeth Muñoz de Lao ([email protected]) | DIAaDIA

Cuando estaba en segundo año de escuela secundaria, hace muy poco (1973), llegó al colegio un joven al que llamaré Pedro para proteger su identidad.

Vivía en la capital, pero no le iba bien en la escuela y su mamá lo mandó a vivir con una tía a Penonomé. La idea era que se aconductara y pasara su año escolar.

No sé por qué, pero nos hicimos amigos de inmediato. Él me contaba de sus andanzas en Panamá y yo lo regañaba como si fuera su mamá.

Un día me confesó que a veces fumaba marihuana. Eso me dolió y me asustó. Allá en mi pueblo, en esos tiempos, lo más fuerte que hacían los muchachos era fumarse un cigarrillo de manera furtiva. Y era tanto como cometer un pecado mortal y tener miedo de ir al infierno.

Yo seguía aconsejando a Pedro. Él siempre me demostró confianza, quizás porque no le quedaba más remedio, pues soy necia desde chiquilla y él vivía en un lugar donde no conocía a nadie. En realidad no supe si pasó bien el año, porque no lo volví a ver. Yo nunca hablé con nadie de sus problemas.

Hace unos cinco años, me lo encontré en la entrada de una institución. Trabajaba como guardia de seguridad. Me alegré de verlo, él no había cambiado nada. No sé cómo me reconoció porque yo sí cambié físicamente. Me dijo cosas bonitas, recordó que yo lo aconsejaba y que si me hubiera hecho caso, hoy estaría mejor. Para mí, lo importante es que no siguió por el mal camino.

Sin embargo, esta historia la cuento para que los jóvenes que pronto empezarán el año escolar, sepan que si alguien los aconseja, no importa si son sus padres, hermanos, tíos o amigos, siempre lo hacen por su bien. La idea es que cuando pasen los años y vean a sus ex compañeros de clases ya como profesionales, ustedes puedan saludarlos de igual a igual. En otras palabras, de profesional a profesional.

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