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HISTORIA
Circunstancias

Redacción | DIAaDIA

Éramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para niño y me di cuenta de que todos estaban tranquilos comiendo y charlando. De repente, Daniel pegó un grito con ansia y dijo: "¡Hola, amigo!".

Golpeando la mesa con sus manos, tenía un rostro de admiración. Yo miré alrededor, vi la razón de su regocijo.

Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro; sucio, grasoso y roto.

"Hola bebito, cómo estás muchachón", le dijo el hombre a Daniel.

Mi esposa y yo nos miramos: "¿Qué hacemos?". Daniel continuó riéndose y contestó: "¡Hola, hola amigo!".

Todos en el restaurante nos miraron y luego miraron al pordiosero. Terminamos de comer y le dije a mi esposa que me esperara en los estacionamientos, pero el anciano se puso en la salida.

"Dios mío, ayúdame a salir de aquí antes de que este loco le hable a Daniel" -dije orando, mientras caminaba cercano al hombre. Sin pensarlo, Daniel le tendió los brazos al anciano para que lo cargara. No sé cómo entablaron una relación amorosa.

El hombre cerró sus ojos y pude ver lágrimas corriendo por sus mejillas. Al entregarme a Daniel me dijo: ¡Cuídelo!.

Confieso que regresé llorando al auto, pues acababa de presenciar el amor de Cristo a través de la inocencia de un pequeño niño que no vio pecado, que no hizo ningún juicio. Dios mío, perdóname. Fui un cristiano ciego, cargando un niño que no lo era.





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