"En donde están los profetas que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar, para andar".
No recuerdo al autor de la letra de la canción que me sirve de epígrafe, pero sí recuerdo que en mi juventud los profetas caminaban por las ciudades y los campos. Tuve la suerte de crecer admirando hombres y mujeres preocupados por un mundo mejor. Por una humanidad más humana.
Recuerdo que la solidaridad estaba de moda y que los proyectos personales no sólo eran individuales, también buscaban el bienestar común. Por ejemplo, uno se hacía médico pensando en la utilidad futura que se brindaría a la comunidad. Y esa idea era alimentada por los profetas.
Recuerdo que la personalización estaba de moda. ¡Qué valor le otorgábamos a ser uno mismo! Saber el porqué y el para qué se vivía era tema de reflexión diaria. Los valores, no los bienes, eran nuestra sustancia. Éramos cuerpo, mente y espíritu. El tema de las marcas de productos suntuarios nunca animó nuestras conversaciones. Y esa reflexión era alimentada por los profetas.
Recuerdo que la lucha por la justicia estaba de moda y llenos de esperanza nos oponíamos a la opresión. No nos importaba un pepino que la historia de la humanidad estuviese manchada una y otra vez por la injusticia. Sólo entendíamos que éramos jóvenes vigorosos y que nuestro destino era resistir y hasta combatir la explotación del hombre por el hombre. Y esa acción era alimentada por los profetas.
Recuerdo a los profetas. Héctor Gallegos. Óscar Arnulfo Romero. Helder Cámara. No los conocí personalmente, pero me convencieron de que la justicia es algo más que una moda. Ahora no crean que voy a terminar diciendo que esos tiempos fueron mejores. No. Voy a terminar con preguntas. ¿Qué pasó con esa generación alimentada por el canto de los profetas? ¿Por qué no hubo relevo generacional y profético? ¿Por qué no nos convertimos en los profetas de la actual juventud?