Cuando estaba en segundo grado, el maestro Liao me llevaba en moto a la escuela. En tercero, ya no viajaba con él, porque hizo su aparición "La Niña Titi", el colegial que usaba todo Penonomé, a razón de 2 dólares al mes.
Nunca olvidaré aquellos días.
Eran tiempos en que los educadores eran los héroes de los niños y también auxiliares de las madres, porque cuando un estudiante no entendía una lección en el aula, podía tener la seguridad de que si acudía adonde un maestro del vecindario, éste jamás le negaba su ayuda.
Eso era lo que sucedía en mi barrio. La maestra Brisa, la maestra Diama, la maestra Carmen, la maestra Beba, el maestro Liao, se constituyeron en ese soporte de mis hermanos y yo cuando la lección era muy "dura".
Es más, cuando tuve mi primer noviecito, no me faltó el consejo de la maestra Beba y la maestra Brisa, porque para todos estos educadores su responsabilidad con la muchachada no sólo se circunscribía a las clases en el salón, sino que se extendía al barrio y más allá. Por eso eran líderes.
Y así era en todo el país.
Hoy, miles de docentes regresan a las aulas. Al igual que en aquellos años, llegan una semana antes a fin de que todo esté listo para recibir a sus discípulos.
Pero a diferencia de entonces, su liderazgo en la comunidad ha disminuido y su papel de guía de la niñez se ha visto diezmado.
¿Falta de vocación? ¿Tiempos difíciles? ¿Bajos salarios? ¿Poco me importa de los gobiernos para con los educadores? Pueden ser muchas las razones. Pero sea cual fuere, un maestro jamás debe olvidar que él constituye uno de los pilares más fuertes en los que se sostiene el futuro de una nación. Si su liderazgo se resquebraja, el mañana tendrá tantas grietas, que la vida misma del país puede colapsar. Propónganse hoy retomar ese liderazgo con sabiduría, con vocación y con amor a la niñez y a la juventud, como lo hicieron sus antecesores.
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