Todo comenzó hace seis años, cuando una amiga le comentó a su mamá, quien es gerontóloga (experta en temas de adultos mayores), que en Panamá podría encontrar un buen trabajo, porque había muchas personas mayores.
Con la ilusión de un mejor futuro, consiguieron un dinero prestado y abandonaron su hogar en Envigado, Colombia. Es así como en el 2006 llegan a Panamá, su mamá se queda en la ciudad capital y ella se va a vivir a La Chorrera con unos familiares.
Dos años vivió en La Chorrera, pero al casarse su mamá con un panameño, se mudó para Tocumen y la matricularon en una escuela del sector en séptimo grado. La tragedia de Minerva empezó cuando su mamá contrató los servicios de una señora que tenía un colegial. Esta señora empezó a hacerse amiga de su madre al punto que se ganó su confianza y le dijo que iba a ir por Minerva, que para ese entonces tenía 13 años.
Otro día, la señora del colegial se presentó a la casa de la niña con un hombre de más de 80 años, alto, ojos claros, de tez blanca, a quien presentó como su abuelo.
La mujer del colegial la recogió un día en su casa y al abordar el transporte, Minerva le preguntó por los demás niños, ella le respondió que los pequeños las estaban esperando en el centro comercial Los Pueblos.
Al llegar, entraron a una pizzería y el resto de los niños no estaba, en ese momento, llegó el supuesto abuelo de la dueña del colegial en una camioneta blindada con vidrios oscuros. La conductora del colegial le dijo a la niña que abordara la camioneta que adentro estaban los niños, pero al entrar lo que había era una mujer.
De allí la llevaron a un “push botton” ubicado muy cerca del centro comercial... Minerva hace una pausa en su relato al reportero de DIAaDIA y empezó a llorar desconsoladamente, como pudo sacó fuerzas y expresó: “Ella me dijo que entrara al cuarto, la muchacha me agarró, me metió al baño y me quitó la ropa”... Su llanto se hace más intenso, pero continúa diciendo: “La joven se quitó la ropa, y cuando salimos del baño, el hombre dijo que me sujetaran y me tomó una foto con una cámara instantánea. En ese momento, a Minerva le dio una crisis asmática, por lo que la tuvieron que llevar a una clínica privada donde el hombre corrió con todos los gastos, incluso, le dijo al doctor que era el papá de la niña.
Cuando la regresaban a su casa, la amenazaron para que no le dijera nada a su mamá, alegando que son extranjeros y que los podían meter presos.
Pasaron semanas y la señora del colegial la volvió a buscar a su casa y la llevaron a un restaurante chino donde le celebraron su cumpleaños, según la joven, el empresario le entregó $600.00 a la conductora del colegial. En el último encuentro, la llevaron de nuevo al mismo “push botton”, ubicado cerca de Los Pueblos... Minerva volvió a quedarse en silencio y las lágrimas vuelven a recorrer sus mejillas, después de una larga pausa, dijo: “La señora del colegial me sujetó por las manos, y una joven que estaba en el cuarto, por los pies; el viejo se desnudó se me acostó encima y me introdujo los dedos de su mano en mi vagina”.
Fue un dolor intenso el que sintió, Minerva se llenó de rabia, empezó a gritar y en ese momento, el abusador le gritó: “Si no te dejas, me tienes que traer otras niñas para romperlas”.
Salieron de la casa de citas y la llevaron a su casa, donde llorando, la jovencita le explicó a su madre lo que le estaba pasando. Al siguiente día, madre e hija fueron a la escuela y le informaron al director de lo sucedido, quien les dijo que se quedaran tranquilas y que no demandaran, porque no había pasado nada.
Con el nombre y la cédula del empresario, que Minerva se había aprendido cuando una vez se le cayó dentro del “push botton”, fueron a la desaparecida Policía Técnica Judicial (PTJ) para poner la denuncia.
Al decirles el nombre del abusador, los detectives exclamaron: “Ustedes no saben quién es ese señor, y les recomendaron no denunciar, porque eso era como si una hormiga peleara contra un elefante. A pesar de la advertencia, ponen la denuncia, pero su abogado les pidió que se fueran del país, porque sus vidas corrían peligro.
Después de tanto sufrimiento y de un intento de acabar con su vida, lo único que pide Minerva es que se haga justicia y que este hombre pague por su crimen. El pedófilo fue condenado; sin embargo, por ser un hombre octogenario no fue a la cárcel, por lo que se le puede encontrar en cualquier restaurante exclusivo de Panamá.
Él, aún tiene que pagarle los costos de atención médica y psicológica a Minerva, a quien a primera vista parece normal, pero su estado de ánimo cambia repentinamente y su rostro refleja una eterna tristeza. Ella aún está bajo tratamiento psiquiátrico, porque aún no se sobrepone a su tragedia.