"El déficit más importante de Latinoamérica es la paciencia". Moisés Naím
La historia de siempre, un gobierno sube y borra hasta los recuerdos del gobierno anterior. Y no solo me refiero al gobierno nacional, incluyo hasta las directivas de los clubes de padres de familia escolares. Y es que en el mejor de los escenarios, bajo el supuesto de las buenas intenciones, un móvil para ese particular comportamiento es la impaciencia. La desesperación causada por la espera y el deseo de rápidas soluciones, nos impide ver el desarrollo de los resultados y poder así evaluarlos.
Y así, a lo sumo, sólo se obtienen respuestas insuficientes. Con cada fracaso, el tornillo del dilema que se quiere resolver no hace más que enterrarse más en el tejido social y a la larga, cangrena la confianza que los ciudadanos debemos tener en otros ciudadanos. No por gusto ha disminuido el poder de convocatoria y crecido la apatía en las organizaciones cívicas y barriales. A mí, por ejemplo, me entristece la pobre asistencia que tienen las reuniones de estas asociaciones.
La impaciencia destruye inversiones económicas y programas políticos; hay muchos ejemplos de empresarios que aceleran la bancarrota y dirigentes que terminan destruyendo las opciones por las cuales venían trabajando. Sobre todo, la impaciencia arrastra nuestro mundo cultural al caos. O quizá sea que esa intranquilidad atroz, esa que nos impide planear, ejecutar y darle seguimiento a los grandes proyectos, no sea más que una manifestación de una cultura suicida.
Una vez escuché que a un dirigente de la nación China le pidieron una declaración sobre el descubrimiento de América y contestó que aún era muy pronto para juzgar los efectos de tal acontecimiento. Quinientos años más tarde, aún esperaba ver nuevas consecuencias del 12 de octubre de 1492. ¡Eso sí es paciencia! ¿Verdad?