A pesar de encontrarme de vacaciones, no pude resistir al llamado que me hiciera mi jefe a la casa para informarme que iría a entregarle unas donaciones de útiles escolares a dos familias humildes de Chilibre: los Valdés y los Herrera.
Muchos inconvenientes me detenían para que entregara las donaciones, pero algo me impulsaba a cumplir con la misión que se me había encargado y no optara por irme a comprar las meriendas y alistar el uniforme y los útiles que mi pequeño hijo utilizaría en su primer día de clases. Reflexioné y decidí que no defraudaría a esos niños que soñaban con ir a la escuela que, por ser pobres, se les hacía lejana esa realidad. Ya tenía referencias de estas familias, que aunque distintas, tenían algo en común, la pobreza.
Y es que el que no ha pasado necesidades, no puede comprender la importancia que tiene para un niño y sus padres un par de zapatos nuevos, una camisa, un borrador.
Al recordar estas cosas, llegan a mi mente imágenes de mi infancia, recuerdo que una vez se acercaba la escuela, no tenía zapatos y al escuchar a todos mis amigos que sus padres les habían comprado unos nuevos, me entristecía, aunque sabía que a mi madre se le partía el corazón por no poder darle a sus hijos las cosas que ella hubiese querido. Estas situaciones son las que me hacen entender a Francisco Valdés y a Ana Bernal, las cabezas de familia de estos humildes hogares.
LA LLEGADA
Estábamos allí, en la casa de los Valdés, las caritas sucias, por el polvo, se dejaban ver entre los huecos de las paredes de zinc. Al entrar a la casita fuimos recibidos por muchas miradas tristes, entre ellas las de María y Yajaira, las cuales cambiaron al ver los cuadernos, mochilas, zapatos y uniformes escolares.
No vacilaron en medirse los zapatos, sin importarles los pies cubiertos de polvo, pues la alegría no daba cabida para pensar en cosas negativas.
Francisco, el padre de los pequeñines, sólo alcanzó a pronunciar unas cuantas palabras y hacía ingentes esfuerzos por no dejar aflorar las lágrimas de emoción que invadían su corazón en ese momento.
"Gracias a DIAaDIA por la amabilidad que han tenido conmigo y con mis hijos, Dios les pagará todo lo que han hecho por mí".
Francisco solo ha tenido que sacar a sus hijos adelante; aunque es trabajador manual en una firma de abogados, lo que gana no le alcanza para mucho. La madre de los niños los abandonó, dejándole sus tesoros más preciados, sus cuatro hijos.
OTRO RAYO DE ESPERANZA
Con la satisfacción de haber ayudado a este pobre hombre, nos dirigimos hacía el próximo destino: la casa de la familia Herrera, en la comunidad de "Naju".
En el ranchito de Ana Bernal, los niños presentían que algo bueno estaba por ocurrir, dado que en sus caritas empezaba a dibujarse una sonrisa que se mezclaba con la inocencia propia de los niños.
Nos recibieron como si fuéramos "Santa Claus", cuando empezamos a sacar de una gran bolsa zapatos, camisas, faldas y demás útiles escolares que anhelaban para asistir hoy a la escuela.
"A ustedes yo les doy las gracias y que Dios los siga bendiciendo y continúen ayudando a las personas más necesitadas como nosotros". La madre de los traviesos niños agradecía en nombre de su esposo, quien no se encontraba en casa, todas las atenciones que habíamos tenido para con ellos.
Ana se ha dedicado a cuidar a sus hijos, mientras sus esposo, Fabio Herrera, hace sus "camarones" para llevar de comer a su humilde morada.
LA IDEA
Ambas familias no se imaginaron que gracias a la promoción "A la escuela con DIAaDIA", sus hijos podrían empezar el nuevo año escolar con pasos firmes.
Los dos años de existencia de DIAaDIA fueron premiados con la sonrisa y la alegría de 10 niños que serán el futuro del país. No cabe la menor duda de que haber sacrificado un día de mis vacaciones valió la pena.
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