Listos para la escuela
Todos rebuscaban qué tení­a la mochila. (Foto: Franklyn Robinson y Larissa De León Gutiérrez / EPASA)

Larissa De León Gutiérrez, Luis Trujillo, Franklyn Robinson y Kathyria Caicedo | DIAaDIA

Un dí­a inolvidable, así­ podemos definir el domingo 11 de marzo de 2007, y no es para menos amigos lectores, Editora Panamá América y muchas empresas colaboradoras unieron fuerzas para que niños y niñas de la comunidad de Malengue, en La Mesa de San Martí­n, también pudieran tener minutos de alegrí­a y útiles escolares para aprender.

"Mamá, hay que hacer la fila"; "mamá, mira la fila"; "mamá, la fila"; "mamá, ven a la fila", repetí­a un niño mientras su madre, con un rostro de esperanza, veí­a todas las cajetas con las que llegamos. "Sí­ hijo, hay que hacer la fila", respondió después de varios minutos, mientras el pequeño sonreí­a con todos sus amiguitos que lo rodeaban. Es algo difí­cil de describir, pero les contaré la historia de Malengue.

CAJAS MILAGROSAS

Partimos a eso de las 2:00 de la tarde del periódico, era un dí­a soleado y les aseguro que ninguno imaginaba lo que vivirí­amos. A eso de las 2:30 llegamos a Pacora. "La casa de las monjitas está después de la piquera, en la primera calle a la izquierda", nos dijo el conductor de DIAaDIA, pues él ya conocí­a el lugar. En segundos estábamos allí­... "Hola, cómo están hermanitas, somos de DIAaDIA", les dijimos. Ellas, las hermanitas Hilda y Karla, nos respondieron: "Bien, gracias. Pasen, son bienvenidos, las cajetas están al final". Allí­ empezamos a montar todo al busito que llevamos, y es que ya otro colaborador nos habí­a hecho el favor de llevarlas hasta allá. Entre bromas y risas, todo quedó dentro del carro. Franklyn, uno de mis compañeros, hasta bromeaba con que ya le habí­an salido músculos y se lanzarí­a a Mister Panamá. Los minutos pasaban, y aunque Malengue estaba a una distancia considerable, ya podí­amos escuchar en nuestro interior gritos y sonrisas de niños y niñas.

No nos dimos cuenta cuando nos acercábamos a la comunidad de Malengue, pero ya habí­amos pasado un rí­o, potreros y hasta una matanza. Una calle de tierra nos dio la bienvenida, mientras que al final, se podí­a divisar a muchos niños, niñas y adultos que estaban bajo el sol, uno detrás de otro en fila. Eso nos rompió el alma, les habí­an dicho que si no estaban en fila no recibirí­an nada.

Bajamos de los autos y caminamos en medio del polvo, hasta una casita de zinc con madera vieja. A simple vista se notaba la humildad, pero se desbordaba el calor humano. "Pasen... pasen.. son bienvenidos", repetí­an todos.

EMPEZO EL JOLGORIO

El sol no era un buen aliado, y menos el polvo, así­ que dimos inicio al convivio. A la señora Elizabeth, le tocó dar la bienvenida y, por supuesto, poner a los niños, niñas y algunas madres a cantar, declamar y hasta bailar.

Hicimos una rueda con todos los niños, niñas y sus madres para realizar algunas dinámicas y regalarles otro momento de felicidad. En el espacio que quedó, hubo un pequeño que se robó la atención de todos, Kevin, el gran Kevin. No era para menos, él cantó el tema de Daddy Yankee, "Rompe". Imagí­nese que tení­a aproximadamente 2 años y eran pocas las palabras que conocí­a o sabí­a pronunciar; sin embargo, a la hora de cantar tarareó ese tema muy bien. "Rompe... rompe... rompe... guiaooo". Seguro querí­a decir: "bien guilla'o". Pero si Kevin era todo un personaje, su hermanito, idéntico a él, era aún más travieso. Tanto, que su madre le tuvo que decir: "Jo... tú no sabes ni hablar y quieres cantar"; los entendí­amos, estaban súper contentos.

Lo mejor fue cuando una madre dijo que ella también querí­a cantar, e interpretó una canción cristiana muy bonita, todos quedamos cantando y aplaudiendo. Claro, cantaron varios. Algunos, canciones de la iglesia; otros prefirieron recitar, pero era divino ver cómo todos querí­an participar.

No nos podí­amos olvidar de las madres, por eso las premiamos con bonos de varios almacenes. Mientras sucedí­a eso, otros colaboradores preparaban el refrigerio.

¡HUMM, SABE PRETTY!

Habí­a que apaciguar el calor, una refrescante soda cayó como anillo al dedo. Fue tanto, que Juan Carlos, uno de los más traviesos, repitió una y otra vez: "¡Hummm!, esto sabe a agua, pero dame más". Se tomó como 10 vasos, y Luis y Frank no pudieron resistirse a sus jocosidades y rieron mucho con él.

EL MOMENTO CRUCIAL

"Hagan dos filas, los que van para la escuela a la derecha y los que no a la izquierda", fue la indicación que se les dio a los más de 150 niños y niñas que estaban presentes.

Se formó el revulú, todos querí­an estar en las dos filas y, por supuesto, adelante. No faltó ese niño travieso que se coló y recibió lo suyo primero. ¡Ah!, y menos el padre agradecido que hasta lloró cuando su hijo recibió su mochila. A los más grandes les entregamos mochilas, cuadernos, lápices, plumas, sacapuntas, borradores y, para acompañar el primer dí­a de clases, la merienda (jugos, leche y galletas).

Con estos pequeños, pero significativos obsequios, todos quedaron extasiados, tanto que a cambio nos regalaron besos, abrazos y bendiciones. ¡El mejor regalo que pudimos nosotros recibir!

Para llegar a la comunidad, tuvimos que pasar un rí­o donde el puente se cayó hace más de cinco años y aún no se lo han instalado. Los niños y niñas, con sus rostros "caretos", esperaban ansiosos sus útiles escolares.

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