"La cooperación no es "distribuir por igual" los beneficios del esfuerzo, porque, eso, como ya vimos, lleva a la vagancia, sino promover la autosuficiencia." Ricardo Quiel
Cada vez es más difícil defender la vida solidaria. Fraudes electorales en los reinados de un jardín de infancia y hasta desfalcos en clubes para las fiestas de fin de año y otras noticias del tal índole, le bajan la moral al más terco de los románticos. Y entonces uno se pregunta, ¿la alternativa es que cada uno vele por sus intereses sin ninguna preocupación ni acción por el otro?
Se dice que la humanidad pudo bajarse de los árboles y dejar de habitar las cuevas gracias a su inteligencia, pero resulta que ella es producto de la interacción social, de la vida en la comunidad; por eso la importancia que tiene el idioma entre nosotros. Y lo más importante, la convivencia garantizó y garantiza la supervivencia de nuestra especie. La solidaridad es base fundamental de la civilización tal y como la conocemos. Pero, ¿aún será cierta dicha afirmación? Señores, discúlpenme el que sea sumamente categórico: la solidaridad es esencial para todo ser humano. Aunque no la practique y sea uno de sus detractores, todo individuo goza de sus beneficios.
Sin embargo, una cosa es la solidaridad y otra muy distinta es garantizarle el negocio al vendedor de "toallas para secar hielo". Esa es una tarea que, por más simpático que nos sea el mencionado comerciante, la comunidad no debe desgastarse en ese esfuerzo. Y es allí donde comienzan los sabotajes contra la solidaridad: la coima pagada por el vendedor de las famosas toallas, sus amigos que lo defienden a ultranza, su tío diputado que crea leyes para beneficiarlo. Los corruptos son los verdaderos enemigos de la solidaridad. Ser autosuficientes para ser solidarios con quien no puede serlo, será un sueño utópico mientras los corruptos no lo permitan.