Si hay un desfile al que me gusta asistir durante los carnavales, es el del domingo en Penonomé.
Suelo emocionarme cuando veo a las princesas de cada comparsa luciendo su pollera penonomeña. Ojo, no la santeña que es la que más se conoce, sino aquella que distingue a la mujer de la cabecera de la provincia de Coclé.
Ese traje típico no lleva una mota en el enjaretado, sino un lazo de cinta ancha de doble brillo, como de dos pulgadas, y un botón o adorno de oro en el medio. El gallardete es más largo que el de la pollera santeña.
Ni la belleza física ni la edad son los atributos principales para elegir a las princesas que engalanan los carros alegóricos. De hecho, no es nada extraño que señoras de la tercera edad luzcan la corona de princesas de sus comparsas.
Así de sencillo y tradicional es el domingo de Carnaval en mi pueblo. Nada de pullas, nada de ofensas, solo polleras, sombreros pintaos, camisillas, montunas, vestidos estilizados, murgas, tamboritos y los toritos guapos que traen los campesinos de distintas comunidades del distrito.
Ese es el día en que la gente del pueblo sale a bailar detrás de cada princesa. Qué hermoso es el espectáculo de niños y niñas ataviados con sus vestidos típicos. Y los viejitos no se quedan atrás.
El Penonomé tradicional, bonito, sencillo, sale enaltecido por las calles a bailar al compás de la música típica, especialmente de las tamboreras de la queridísima hija de ese pueblo, Gladis De La Lastra. Qué orgullosa me siento de mi Penonomé cuando observo extasiada su inigualable desfile del domingo de Carnaval.