Estaba formando una larguísima fila en un banco de La Chorrera. No había logrado entrar y esperaba mi turno, al igual que otras 20 personas, afuera del local.

De repente, llegó un auto blindado y, automáticamente, como si alguien le hubiese dado cuerdas a muñequitos Duracel a la vez, todos, sin excepción, comenzaron a manifestar su temor por la llegada del blindado.

Ni una sola persona dejó de referirse a la muerte de un agente de seguridad y del director del INAC a manos de asaltantes armados hasta los dientes en la Lotería Nacional, cuando trataron de robar el dinero que transportaba uno de esos autos.

Me atrevo a decir que percibo una psicosis entre los que habitamos esta tierra. Y me incluyo.

Siempre he manejado tranquila por la vía Centenario y por el puente de Las Américas. Hasta me quedé sin gasolina una noche después de las 12: 30a.m. y tuve que esperar a mi esposo para que me trajera el combustible. Di gracias a Dios por el celular, y no entré en pánico aunque temo terriblemente a la oscuridad.

Mi reacción hoy no sería la misma si me llega a ocurrir eso otra vez en esos sectores, aunque sea de día.

El país respira miedo, y ya lo escribí antes en esta columna. Estamos comenzando a sentir lo que se está suscitando en México y Colombia. Las bandas delincuenciales se están aliando a los carteles de la droga, y esa combinación es letal para la paz, la seguridad y la tranquilidad de cualquier país.

La violencia jamás ha caracterizado a los panameños. Se está importando un modelo de delincuencia que genera violencia extrema. O despertamos ya o los maleantes secuestrarán nuestra paz y tendremos que vivir según sus reglas.