En días pasados mi hijo mayor fue suspendido de la escuela. Por supuesto que cuando le pregunté las razones de su suspensión, me respondió que había sido un castigo injusto, ya que él no había hecho nada malo.
Por supuesto que mi hijo insistió que él no había hecho nada.
Y tiene razón. No hizo nada.
A veces nuestro delito puede no ser de acción, sino de omisión.
Si tenemos amigos, y amigos de verdad, debemos ser capaces de decirles lo que es bueno y lo que es malo.
A veces tenemos que decirles a nuestros amigos lo que ellos no quieren escuchar.
A veces tenemos que hacer entrar en razón a nuestros amigos.
Qué bueno es no hacer nada.
No siento culpa, porque no hice nada. Pero a veces, no hacer nada es malo.
No se debe confundir entre amistad y complicidad.
No se debe confundir entre amistad y alcahuetería.
Y por otro lado no se debe confundir el decir las cosas de acuerdo a nuestros valores y creencias, y el ser mojigato.
No confundir entre decir las cosas y ser un soplón.
Nuestra sociedad actual vive con una carencia bárbara de valores.
Y esos valores no se enseñan en el kínder, en el colegio o en la universidad.
Esos valores se enseñan en el hogar.
Enseñemos entonces valores a nuestros hijos, que esa será la mejor herencia que les podremos dejar...