Una de estas madrugadas, un fantasma se topó conmigo en la cocina de la casa. Segundos antes, en el balcón del quinto piso donde vivo, que es donde mejor me va a la hora de escribir, sentí su presencia. Batallaba con un cuento de miedo al que no le encontraba ni pies ni cabeza. Ya había entrevistado a una palera (extraña mujer que se había bautizado en un cementerio, en una ceremonia durante la que le marcaron la piel con cuchillo y cenizas de muerto)...; había leído todo lo que está en el mercado sobre magia negra y, esa misma noche, casi se me paraliza el corazón cuando los sonidos de tambores y cantos lucumí me brincaron desde una página de santeros en la Internet, donde se le rendía culto y devoción a los poderes de ultratumba de un tal indio Guaicaipuro.
Hice una pausa..., calor..., no me podía concentrar..., una voz interior me decía que me detuviera, que "algo" estaba fuera de lugar..., agua..., necesitaba agua.
Caminé hacia la cocina. Reinaban el silencio y las sombras allá abajo en la calle. Un raro silencio y unas raras sombras. Cuando crucé la sala me pareció que me estaban espiando... Abrí la puerta de la refrigeradora y me dispuse a beber directo de la botella, mirando hacia la parte alta de la pared, y fue entonces cuando lo sentí..., susurraba a mis espaldas..., casi podía escuchar el viento silbar bajo sus pies, que no tocaban el suelo...
Volteé con lentitud... Algunos de ustedes dirán que lo hice para enfrentarme cara a cara con el espectro, pero quienes me conocen saben muy bien que lo hice para encontrar la ruta de escape por la cual correr despavorido y meterme en la cama..., temblando, atrapado en mi propia trampa de cuentos de miedo.
Algo parecido les debe estar pasando a esos magistrados de la Corte, quienes nos han escrito una novela de terror... y ahora no saben dónde meterse para que no se los lleve el cuco.
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