Estoy convencida de que para amar a la tierra que nos vio nacer, hay que conocerla. No me refiero solo a la ciudad o provincia donde parió la madre de cada uno, sino al país entero.
Conozco panameños que no han pasado del puente de Las Américas. Incluso, a uno que otro les he escuchado decir que para qué van a ir a ver "cholos".
Aunque me siento orgullosa de ser "chola" del interior, no deja de molestarme que haya compatriotas que vean por arriba del hombro a los interioranos.
Bueno, peor para ellos porque no saben lo que se pierden. Pero, ¿cómo amar lo que no se conoce?
El sábado tuve que viajar a Chiriquí con mi esposo y mis hijos. A medida que avanzábamos por la Interamericana, ellos conversaban sobre los lugares por los que pasábamos y lo nuevo de cada uno. Me sentí satisfecha de oírlos.
Ellos han sido testigos de los cambios de esas comunidades porque han viajado de pueblo en pueblo desde muy niños. Los escuchaba comentar sobre Sitio Barriles en Volcán, donde el agua corre río arriba y no río abajo; sobre el campo magnético, también en Volcán, donde se pone el carro en neutral en una subida y sigue andando cuesta arriba, como si lo empujaran.
Comentaban acerca de los cambios de David y Santiago, que hace tiempo dejaron de ser "pueblos" para convertirse en grandes ciudades donde hay de todo. La verdad es que sentí que hemos abonado en tierra fértil, porque pude palpar que ellos hablaban con entusiasmo de su país, de sus bondades, de sus productos, del clima de cada ciudad, de sus centros comerciales, de sus restaurantes, entre otros temas. Eso los hace amar a su país y transmitir ese sentimiento a los demás. Por eso recomiendo a los padres pasear por el país con sus hijos. Así ganan por partida doble: pasan tiempo de calidad con ellos y los enseñan a amar a su patria.