Un rey sabio tenía un solo hijo y quería que fuera sabio y prudente como él. Lo exilió de su reino y dio órdenes estrictas de no permitir su regreso por ningún concepto.
Pasaron los años y el príncipe se convirtió en un verdadero mendigo, olvidando que era príncipe.
Todos los días sobrevivir era un verdadero milagro, comía lo que podía y cada vez era más difícil vivir de esa manera.
A veces sentía desconcierto y hasta un poco de rencor por lo que le hacía su padre, pero aún así quiso seguir el camino que su padre había hecho para él.
Así pasaron los días, meses y años. Un día, a punto de morir, el rey, padre del mendigo, lo hizo regresar para contarle que era el momento de ser su sucesor.
El príncipe-mendigo quiso saber por qué el padre había actuado de esa manera.
El rey le dijo: " Ser príncipe o mendigo son identidades que nos dan los demás. No es tu realidad, no eres tú.
Sólo tú, viendo dentro de ti, puedes saber lo que realmente eres; de ese conocimiento procede la sabiduría ".
Así el príncipe, sabiendo muy bien lo que era ser un mendigo, reinó como uno de los mejores reyes que él pueblo había tenido.
Quien nunca se toma la molestia de profundizar en sí mismo, o está demasiado ocupado para hacerlo, puede pasar por la vida sin conocer su rostro verdadero.
La cosa es grave, porque quien no se conoce a sí mismo, lo que ve en los otros es una proyección personal; así que también desconoce lo que le rodea.
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