Haakon siempre miraba una imagen de Cristo crucificado muy popular. Algunos acudían a orar con devoción, otros tras un milagro. Un día Haakon, se arrodilló y pidió ante la cruz: “Señor, quiero reemplazarte en la cruz”. El Señor abrió sus labios y habló. -“Siervo mío, accedo a tu deseo, pero pase lo que pase y veas lo que veas has de guardar silencio siempre”. -Haakon contestó: - “¡Os lo prometo, Señor!”
Nadie reconoció a Haakon, colgado de los clavos en la cruz. Un día un rico que oraba ante la cruz olvidó su cartera. Al rato un pobre llegó y se llevó la cartera ajena. También llegó un joven pidiendo bendición para un viaje, pero regresó el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, culpó al joven de robar su cartera. Y el rico arremetió furioso contra el joven.
De repetente se escuchó: “¡Detente!”. El crucificado le estaba hablando. Haakon no pudo permanecer en silencio.
Jesús volvió a ocupar su puesto y le explicó: -“Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre tenía necesidad de ese dinero... El otro muchacho iba a ser golpeado… Sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje, pero hace unos minutos, acaba de tener un accidente y perdió la vida.
Tú no sabías nada. Yo sí. Por eso callo.
Y el Señor nuevamente guardó silencio.
Muchas veces nos preguntamos: ¿por qué razón Dios no nos contesta? Muchos quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír, pero Dios no es así. ¡Dios nos responde aun con el silencio!
Debemos aprender a escucharlo. En su silencio nos dice con amor: “confiad en mí. Sé bien lo que debo hacer”.