Mientras estaba en el supermercado, alcancé a ver una cabecita de cabello muy corto, allá, a lo lejos.
Me fui acercando lentamente hasta que estuve segura de quién se trataba.
Era, nada más y nada menos, que la profesora de la que aprendí que nada se debe dar por sentado y de que cuando se siente vergüenza por algo que no se hizo bien, es cuando empiezas a aprender a ser responsable y a corregir los errores.
Cursaba el tercer año de escuela secundaria (siempre insisto en que hace poco) cuando la profesora Marcelita Arosemena nos entregó algunas novelas para que las leyéramos y las analizáramos. Ese análisis debíamos presentarlo por escrito, pero además, había que sustentarlo ante ella y los demás estudiantes.
A mí me tocó la novela "Yerma", de Federico García Lorca.
Para mí no fue ningún problema, siempre me ha gustado leer y esa obra me encantó.
Cuando la profesora me llamó a sustentar mi trabajo, lo hice bien, me dijo que ganaba cinco. Yo estaba feliz, daba por sentado que había ganado una batalla, pues la profesora era muy buena, pero exigente.
De repente la sonrisa de satisfacción se heló en mi rostro cuando la muy querida profesora Marcelita me dijo: Antes de que te sientes, ¿podrías decirnos qué significa la palabra yerma?
Yo sabía de lo que se trataba el libro, pero por alguna razón no podía explicar el significado de esa palabra. Estaba terriblemente avergonzada. Para colmo, un compañero de apellido Ceballos, fiel lector de "Enriquezca su vocabulario", de la Reader`s Digest, se levantó y respondió la pregunta.
Sufrí, aprendí una lección, pero más que eso, de ahí en adelante tengo al diccionario como uno de mis mejores amigos. Queridos estudiantes, él nunca falla, háganlo parte de sus vidas. ¡No se arrepentirán!