No hay nada que me emocione tanto como ver el Santo Sepulcro cada viernes santo, allá en mi pueblo, Penonomé.
Sé lo que se esfuerza un grupo de penonomeños para adornar con finísimos encajes, flores, ángeles y luces el anda que lleva a Jesús bajado ya de la cruz, con su cuerpo lacerado por los latigazos, la crucifixión y la herida de su costado.
Al compás del tún tún de la banda de música, la muchedumbre sigue el sepulcro, que cada año va dejando una estela de olor a caracucha, una flor silvestre cuyos petalos son regados alrededor del cuerpo de Cristo.
Ese olor me baña y evoca las vivencias de mi infancia y mi mocedad en ese pueblo, siempre limpio, con sus calles anchas y las casas pintorescas.
Pero eso no fue lo que viví el viernes santo pasado. Los pétalos de caracucha libraron una dura batalla contra el hedor de la basura acumulada en ciertas áreas de Penonomé, porque no la recogen.
A medida que avanzaba el sepulcro, el hedor se hacía más intenso, mientras las caracuchas no se sentían ya, derrotadas ante tanta inmundicia.
En la entrada del Callejón de la Zeta, cerca del mercado público, se hacía casi imposible respirar. No me explico cómo harán los maestros y los estudiantes de la escuela Simeón Conte, que está a unos pasos del lugar.
No me explico tampoco, la "paciencia" demostrada por las autoridades ante un problema de salud pública. ¿Será que esperan unos meses antes de las elecciones para resolver el problema y así captar votos?
Me decía un colega que él ya descubrió cómo ganar dinero: Enlazaría tres gallinazos y luego los alquilaría para que se coman las inmundicias. Todo, porque el problema no tiene visos de resolverse pronto. Las tinaqueras están abarrotadas y hay hasta bolsas guindadas en los árboles. ¡Ah!, pero el colmo es que los empleados de la empresa recolectora pasan a cobrar por un servicio que no prestan.
¿Hasta cuándo, señores? ¡Penonomé no se merece tanta desidia de las autoridades!