Llegó el día en que Jesús, Hijo de Dios, dio su vida para salvar a la humanidad. Aunque es difícil de comprender el misterio de su pasión, es fácil deducir cuánto amor hay en su corazón como para ser capaz de semejante sacrificio por aquellos cuyas manos se embarraron con su sangre derramada. ¿Cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dar nuestra vida por personas que ni siquiera conocemos? Seguro que lo haríamos por un hijo, por una madre, por un hermano o por un esposo o esposa. Pero nunca por cualquier "Juan Perico de los Palotes", que además puede resultar ser un perfecto desagradecido. Justo eso es lo que la humanidad ha sido. Lástima que hayamos aprendido tan poco de semejante muestra de desprendimiento.
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