Rubén Molina, de 8 años, mira con tristeza cómo su sueño de ser ingeniero, se trunca.
A una semana de haber iniciado el período escolar, sus padres no lo han podido enviar a la escuela de Chiriquí Viejo, en el sector de las bananeras independientes de Divalá, por la difícil situación económica que enfrentan en la finca Santa Ana, que desde hace cinco años está cerrada y no les queda otra alternativa que esperar.
Rubén debe cursar el segundo grado. Él camina dos horas para llegar a la escuela, por lo que su mayor deseo es tener una bicicleta para viajar en medio de la carretera de piedras.
Emilia Miranda, madre de seis hijos, dijo que al cerrar la actividad bananera en esta región, su esposo quedó sin empleo y ahora no sabe qué hará para mandar a tres de ellos a la escuela, si hay un anuncio que tienen que salir de las fincas.
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