Un amigo muy cercano a mi corazón se enamoró como un bruto cuando esa linda jovencita le dijo "te quiero". ¡Qué ojos! ¡Esa piel pura e intocada! ¡Qué boca tan fina! La espuma de todas las olas estallaba en el alma cuando ella reía. Mi hermanazo estaba convencido de que era el conquistador más poderoso de la ciudad. "La tengo bobita", me decía.
Una noche cualquiera quiso darle una sorpresa, y le compró flores y chocolates. Se fue hasta el restaurante donde ella estaba con unas amigas, y esperó que saliera. La siguió en el auto. Iba practicando lo que le diría cuando se le cruzara en la vía y la obligara a salir del carro para darle un beso en plena calle. Quería que todos vieran. Esa parte de la ciudad sería testigo de que ese viejo, experto en las cosas del amor, tenía "bobita"a esa muchacha.
Entonces ella entró con su auto por un callejón oscuro, desconocido. Él espero. Al cabo de un rato, como cien años más o menos, una vieja puerta se abrió. Ella, con su piel pura e intocada, con su boca fina, sus ojos de fuego y su risa blanca de espuma, salía de ese sórdido cuarto de alquiler, y detrás de ella venía aquel hombre semidesnudo, con su colita de caballo, con el pecho peludo, reído, sobándola. Dos amantes después de sus caricias. "El bobito era yo, ¡ja!", se dijo.
Así fue como mi amigo recibió su chorro de agua fría correspondiente. Quería sorprenderla, pero por la culata se le asomó la bala que lo despertó de un tajo.
Pasa mucho. Sobre todo cuando nos creemos expertos. Estamos convencidos de que es imposible perder, y apostamos el cheque de la quincena en la ruleta.
No se nos cruza por la mente la idea de que, mientras estamos "pifiando" con el balón, un tipo con su pelo en pecho, nos puede quitar a la chica, y sin darnos cuenta nos mete un gol, como Costa Rica le hizo a Panamá.
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