HISTORIA
¡Papito, papito!

Redacción | DIAaDIA

Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor.

Te regañé, porque te estabas tardando mucho en desayunar; te reprendí, porque masticabas con la boca abierta. Comenzaste a refunfuñar y derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso, te empujé para que te cambiaras de inmediato.

Por la tarde, cuando regresé a casa, después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puesto unos pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos, te dije que parecía no interesarte mucho el sacrificio de nosotros para vestirte, te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras erguido.

Al poco rato, mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude. Podría perder autoridad, tenías que aprender.

Luego apareciste ante mí, ya estaba ocupado en mis cosas, pero tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suave en la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana, papito" - me dijiste. Me quedé helado en mi silla. ¿Qué es lo que estaba haciendo? Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueses igual a mí y ciertamente no eras igual. ¿Qué es lo que me estaba ocurriendo? Yo también fui niño.

Cuando dormías me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Es tan difícil aprender a dominarse, a comprender la pureza de nuestros hijos, pero hay que hacerlo.

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