"Debo aceptar la soledad con sus raíces magnéticas donde con un extraño olvido devuelvo los rostros que la disecada sangre fue dejando en sus páginas, como si poco a poco en mis manos cayera la nieve densa, tenaz, compacta, y también innumerable." Clementina Suárez
Con el correr del tiempo, me he ido percatando que uno de los grandes miedos que nos acompaña a los seres humanos es el temor a la libertad. Eso siempre me ha parecido un absurdo, bueno, me parecía. Con el correr del tiempo, he ido comprendiendo que la libertad, que es intrínseca a la existencia, conlleva afrontar a la soledad. Asumirla y vivirla. ¿Eso se puede? ¿Cómo?
No sé. Pero podríamos comenzar preguntándonos: ¿Quién puede morir en nuestro lugar? Lo más probable es que nos contestemos: ¡Nadie! Tarde o temprano tenemos una cita con la de ojos profundos. No hay compañía que valga a la hora última. Frente a la muerte siempre estaremos solos. Entonces, ¿por qué no entender y aceptar la soledad, como parte de este paquete llamado vida? Y si así lo entendemos y aceptamos, ¿por qué no actuar libremente y sin miedo a convertirse en un solitario?
La respuesta es tan simple que me asusta: porque no podemos culpar a nadie de nuestros actos.
Lo bueno o malo, correcto o incorrecto, e incluso, lo conveniente o inconveniente de nuestras acciones se nos hace, muchas veces, más potable luego de disculparnos ante los otros. ¡Cuando en realidad estamos justificándonos ante nosotros mismos! Vivir sin esas excusas dadas a nosotros mismos, es el verdadero calvario de la soledad. Nada de cuentos, sólo vida.
Creo que por eso es que todos los sabios aconsejan vivir un día a la vez. Sino qué lío, ¿verdad?