El empresario tenía a la puerta de su oficina a todos los jóvenes desempleados del país. Hacían una cola inmensa para ver si en esa compañía les daban algo que hacer. Lo malo es que sólo había un puesto de trabajo:
Iban pasando uno por uno y todos contestaban lo mismo a las preguntas que se les formulaban:
¿En qué trabajas? En nada. Estoy desempleado.
Todos iban con un cierto aire desgarbado. Daban una impresión no del todo agradable. Le echaban demasiado morro a la cosa, hablando con exceso y se despedían sin una palabra amable, como si el empleo les fuera debido.
Por fin quedaba uno, el último.
¿En qué trabajas? Busco empleo.
Al empresario le gustó esta respuesta que manifestaba empeño, ganas, esfuerzo. El joven iba vestido de forma convencional, agradable, se le notaba limpio. Daba buena impresión y esto facilitaba las cosas. Hablaba sin pasarse ni dejar ver el plumero, como todos los anteriores, y al despedirse lo hizo con esta sencilla frase:
Adiós, señor. Y muy amable por haberme recibido. Cuenta la fábula que el empleo fue para él. ¿Por qué?
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